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lunes

“La obesidad no es un problema de gula, es una cuestión social”

En el marco de los cien años de la Sociedad de Pediatría, Benjamín Caballero, de la Universidad Johns Hopkins, señaló la relación entre niños obesos y comidas chatarra, menos costosas.

“La obesidad, como la contaminación ambiental o la violencia, es un problema social, no una cuestión de ‘gula’ individual.” Así lo plantea Benjamín Caballero, el argentino que dirige el Centro de Nutrición Humana de la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos (donde también es profesor de Pediatría y de Salud Internacional). Así explica que un factor principal de la epidemia de sobrepeso en los países desarrollados es el aumento de la brecha social, por el cual los menos favorecidos pierden acceso a los alimentos más saludables: mil calorías de vegetales cuestan cinco veces más que mil calorías de comida chatarra. Para los que sí tienen acceso a decidir sobre su propia gordura, Caballero advirtió acerca de autoengaños como el del que porque fue al gimnasio, se autoriza a comer de más: “La actividad física es necesaria por sí misma, porque hace bien al sistema circulatorio y muchos otros motivos, pero lo que se quema en 45 minutos de ejercicio intenso equivale a un solo postrecito de dulce de leche”. El destacado especialista –quien disertó en el Congreso del Centenario, de la Sociedad Argentina de Pediatría, que finalizó el viernes– también señaló que, ya en los dos primeros años de vida, una alimentación inadecuada puede sentar las bases para la obesidad y enfermedades asociadas como la diabetes.

Imagen: Guadalupe Lombardo
–La epidemia de obesidad avanza en todo el mundo, especialmente en países de desarrollo intermedio como Tailandia, México, China, Brasil. Y en los países industrializados, en estos últimos años, la brecha entre los que ganan más y los que ganan menos se ha ensanchado, y la obesidad está ligada con la cuestión de qué alimento es disponible a qué precio. En Estados Unidos, por ejemplo, por tres dólares se consiguen mil calorías de alimentos con 50 por ciento de grasas saturadas, bajos en vitaminas y minerales, como las hamburguesas y las papas fritas; la misma cantidad de calorías en vegetales frescos, ricos en vitaminas y minerales, cuesta cinco veces más. El problema es hoy mucho más complejo que hace diez o 20 años: es un problema estructural, el de un ambiente “obesogénico”, como lo llamamos.

–¿Qué ejemplo puede dar?
–Nuestro grupo de investigación hizo, en la ciudad de Baltimore, un mapeo de los accesos a bocas de expendio de alimentos: encontramos que la obesidad, y las enfermedades asociadas como diabetes e hipertensión, son directamente proporcionales a la distancia de cada familia a una boca de acceso a comida saludable. Recordemos que en Estados Unidos las clases media y media alta suelen vivir en los suburbios: en todo el centro de Baltimore, con alta densidad de población de clase baja, no hay ningún supermercado: la gente compra sus alimentos sólo en estaciones de servicio; comidas enlatadas, sandwiches, las opciones son muy limitadas. Y se agregan otros condicionantes sociales, como la violencia callejera: Baltimore, de 900 mil habitantes, tiene 350 asesinatos por año y ninguna madre consciente dejaría que su hijo juegue en la calle: lo planta ante el televisor, donde, además, ve propaganda y promociones de alimentos que lo volverán obeso.

–¿Hay en Estados Unidos movimientos para frenar la epidemia de obesidad?
–Estados Unidos insiste en definir la cuestión en términos de responsabilidad y voluntad individual. Es un país basado en el individualismo, el de Gary Cooper en A la hora señalada. Es difícil que el Estado intervenga porque se prioriza la libertad de comercio. En América latina, en cambio, la actitud ha pasado a ser diferente, y esto es parte de un proceso histórico. Desde hace unos años, y sin entrar en cuestiones ideológicas, distintos países de la región empezaron a hacer su propio camino, dejaron de consultarlo todo con Estados Unidos. Argentina, Chile, Brasil, México, tienen políticas para restringir la venta de alimentos no saludables a niños: así, la restricción de expendio de bebidas gaseosas en escuelas. México tiene una política muy clara, a la que por supuesto se oponen las industrias, en cuanto a regular qué alimentos se pueden vender a niños y cuáles no. Si no se permite vender tabaco a menores, ¿por qué vender a chicos de cinco años agua con azúcar y gas, o comida con 50 por ciento de grasa saturada, cuando la primera causa de muerte es la enfermedad cardiovascular?

–En una de sus conferencias en el congreso de la Sociedad Argentina de Pediatría usted discutió la relación entre actividad física y reducción de peso...
–Ante todo, la actividad física debe recomendarse incondicionalmente, porque es buena para el sistema cardiovascular, para el tono muscular y muchos aspectos de la salud. Pero hay que distinguir esto del rol de la actividad física en la epidemia de obesidad. El peso aumenta cuando uno ingiere más energía de lo que gasta en su actividad. Entonces, para reducir la obesidad, ¿qué es más fácil? ¿Comer menos o gastar más? Si uno marcha en la cinta del gimnasio a paso rápido durante 30 minutos, gastará 180 calorías: es lo mismo que recibirá si al terminar se toma una lata de gaseosa. Una sesión intensa de gimnasia consume, en 45 minutos, unas 500 calorías: no más de las que tiene un postre con crema o con dulce de leche. Es mejor no comerse ese postre. Resulta muy difícil compensar, mediante actividad física, el contenido tan denso que tienen muchos alimentos. Y la actividad física tampoco es una cuestión de decisiones individuales. En Estados Unidos, la mayoría de las escuelas públicas primarias y medias no tienen actividad física obligatoria; sólo después de la secundaria empieza a ser obligatoria pero, en un marco tan competitivo, lo es sólo para los más talentosos, y el resto de los alumnos son espectadores.

 –A partir de la cuestión de la obesidad, usted va trazando una especie de radiografía social...
–Hace 50 o 60 años, la obesidad era considerada un “problema glandular”, una cuestión endocrina. Después empezó a ser una cuestión de gula: la gente come demasiado y es vaga, no quiere tener actividad física. Pero en los últimos 10 o 15 años se hace evidente que la obesidad forma parte de la estructura social. Y no es cuestión de ilegalidad, como para ciertas drogas: no es que alguien quiebre la ley sino que la ley misma tiene como prioridad no la salud sino la ganancia. Por lo demás, no hay un momento que sea demasiado temprano para estar alerta sobre la posibilidad de obesidad. Este riesgo se plantea ya durante la vida fetal –advirtió Benjamín Caballero.

–¿Cómo es eso de obesidad y vida fetal?
–El crecimiento fetal se da con una velocidad extraordinaria: es como si una persona de 70 kilos pasara a pesar 200 kilos la semana siguiente, y después 500 kilos... Lo que hace posible ese ritmo es que los sistemas metabólicos se van adaptando. Entonces, por ejemplo, si un feto recibe de la madre menos azúcar de la que necesita para crecer, se adaptará maximizando la utilización de ese nutriente; y el problema es que esa modificación perdurará toda la vida. Su sistema metabólico ha sido optimizado para retener la mayor cantidad de energía y, en la infancia, tenderá a acumular más que un chico que no haya sufrido restricciones intrauterinas. Por eso los chicos que han tenido restricciones calóricas en la etapa intrauterina corren más riesgo de obesidad y enfermedades asociadas como la diabetes y la hipertensión.

–Esto tiene, por supuesto, una dimensión social.
–Enorme. En países de Centroamérica o Africa, el 70 por ciento de los chicos ha tenido alguna restricción intrauterina; esto también es muy común en la India. Llamamos a esto la doble carga de enfermedad: subnutrición temprana y después, como consecuencia, sobrenutrición.

–Pero, si la obesidad es un desequilibrio entre la ingesta y el gasto, ¿es que estas personas, con la misma ingesta, engordarán más?
–No necesariamente. Estos niños, cuando llegan a los ocho o diez años, pueden no ser más gordos, pero acumulan más grasa central, en el abdomen, y por esta causa pueden tener ya resistencia a la insulina y eventualmente diabetes tipo 2. No es simplemente un problema de masa sino metabólico: se trata de un sistema que se adaptó a subsistir en un medio intrauterino adverso y ya no puede retroceder.


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