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lunes

Cómo comemos (nos llenamos) los argentinos

La mitad de la población del país tiene sobrepeso y la mayoría piensa que comer mucho es sano, aunque luego se recurra a pastillas, yuyos y dietas varias. El picoteo, un pésimo hábito, y la resistencia a comer bien, un sello nacional.
Fuente: www.clarin.com
Por: Dr. Edgardo Ridner

Comer bien es darle a nuestro cuerpo lo que necesita. Ni más ni menos. Cada persona tiene sus costumbres, que se fueron formando a lo largo de los años, fuertemente influenciadas desde el nacimiento por su familia y por los mensajes que la sociedad envía directamente o a través de todas las formas de expresión que existen.
Hay una forma de comer individual, pero fuertemente influenciada por una forma de comer social.
Los argentinos comemos mucho. Comer mucho no es comer bien, es comer mal. La mitad de la población tiene sobrepeso o es obesa. Y en muchos casos, además de sobrarnos calorías nos faltan nutrientes. Obesos desnutridos, una verdadera paradoja.
Repartimos nuestras comidas de un modo curioso. No desayunamos o hacemos desayunos livianos. Almuerzos variables y cenas abundantes, más una cuarta comida típica: el picoteo. Nuestro cuerpo se adapta mejor a una distribución regular de las comidas.
Tenemos incorporado el concepto del placer de "llenarnos", algo que los franceses llaman ser “gourmand”: comida poco elaborada pero abundante. Nos resistimos a ser refinados, a saborear cada bocado de un plato delicado.
Los argentinos estamos peleados con los vegetales y las frutas. No las compramos; si las tenemos, no las preparamos y no las comemos.
Somos los campeones de las excusas: “No me gusta”, “No me caen bien”, “Están caras”, “No tengo tiempo”. No sería mala idea empezar a ser positivos y preguntarnos cómo prepararlas para que nos gusten, elegir lo que nos caiga bien, lo que sea más económico y lo que se prepare rápido.
No nos esforzamos en estimular buenos hábitos a los chicos. Es difícil encontrar alguien que ofrezca frutas y verduras a sus hijos. Es importante limitar el consumo de golosinas y estimular horarios regulares para las comidas. En esa etapa nace el picoteo y se desarrollan las costumbres que se mantendrán durante toda la vida.
Cada tanto, nos acordamos de hacer dieta. Nada podría ser peor. Significa que comemos mal casi siempre, aguantamos hasta que nos asustamos y en ese momento intentamos hacer algo heroico que siempre dura poco. Tenemos resistencia crónica a aprender a comer.
Los argentinos creemos demasiado en la magia. Nos dejamos seducir por las pastillas, los yuyos o las dietas de moda. Creemos que hay alimentos buenos y alimentos malos. Pensamos que la culpa es de los alimentos y que nosotros no somos responsables de la decisión.
Imaginamos que un alimento engorda y otro adelgaza. Suponemos que hay alimentos que curan y otros que enferman. El folclore alimentario puede llenar varios libros con creencias falsas que por algún misterioso motivo no consiguen competir contra un buen libro de nutrición.
La bebida también es parte de nuestra alimentación. Una buena parte de nuestra hidratación proviene de bebidas frías o infusiones, especialmente mate, con azúcar.
Los argentinos tomamos en promedio más bebidas azucaradas que los estadounidenses. Aunque sostenemos que el plato nacional es el asado, en realidad lo que más comemos son pan, pastas y papas con alguna que otra milanesa.
Nuestra cultura pasa por el trigo y la carne. Los pequeños olvidados son los lácteos y los grandes perdedores son los vegetales, las frutas, las legumbres y el pescado.
Aprender a comer es una tarea difícil. Quizá si nos enseñaran en la escuela, sería más fácil seguir aprendiendo de grandes. Pero mientras llega ese día, si es que alguna vez llega, sería lindo ir picoteando algo de lo que pueden transmitir los que saben, que son los nutricionistas y no los opinólogos. Seleccionar la fuente de la información puede ser el primer paso de un menú saludable para aprender a comer mejor.

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