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viernes

"Chicos y padres hiperconectados: cómo cambia la vida cotidiana"

Diario La Capital
Por Gabriela Dueñas

Más allá de lo que nos genere asombro, preocupación, intranquilidad lo cierto es que las nuevas tecnologías informáticas han llegado a nuestras vidas (para quedarse) y acarrean profundas transformaciones en todos los ámbitos de la vida social. En las ciencias, en la industria, en el mundo de las comunicaciones y como era de esperar en nuestra cotidianeidad, es decir, en nuestros trabajos, en las aulas, en nuestras casas y hasta en nuestras vacaciones.
Si bien hace ya un tiempo vienen generando inquietudes entre quienes nos dedicamos a trabajar en ámbitos vinculados a la educación y a la psicología, el vertiginoso avance de sus innovaciones no termina de generarnos de manera permanente nuevos interrogantes y problemas, para los cuales —debemos reconocerlo— tenemos cada día más preguntas que respuestas. Nos debemos tiempo para pensar, para analizar críticamente los alcances y las implicancias de su impacto sobre las subjetividades contemporáneas, es decir, sobre los nuevos modos de ser, estar, pensar, sentir y comunicarnos que estamos adoptando “todos” en los últimos tiempos. 


Comprensión y diagnóstico

De manera particular, resulta fundamental que nos ocupemos de comprender su incidencia en los procesos de constitución subjetiva de los niños y jóvenes de hoy, para no caer luego en el error de “patologizar” sus comportamientos, conductas y expresiones por el sólo hecho que nos resultan extrañas o diferentes a las que esperábamos encontrar, es decir, distintas a aquellas que conocíamos.

Concretamente pensemos, por ejemplo, en la llamativa cantidad de niños a los que hoy se diagnostica y luego se los medica con psicoestimulantes por ADD-H (Trastorno por Déficit Atencional con o sin Hiperactividad) cuando en realidad, de lo que se trata la mayoría de las veces es de chicos con novedosas modalidades de prestar atención, “estilo zapping”, y de dificultades para regular su impulsividad, producto de un prototipo social en el que impera la ley del “todo, ya” como nos enseñan los medios a través de la publicidad.

Entonces no parece justo que como sociedad reneguemos de aquello mismo que producimos en nuestros niños y jóvenes, atribuyéndole luego a “supuestas causas biológicas”, estilos de comportamiento, modos de sentir, pensar, aprender y comunicarnos que, nosotros hemos contribuido a producir en ellos.

Antes de decidir si nos gusta o no, o que luego observemos que puedan no resultar funcionales a lo que se les pide en las escuelas o en sus futuros trabajos, es necesario que como adultos nos detengamos a pensar en la hiperexcitabilidad, la hiperactividad, o su contrapartida la abulia, el aburrimiento y la hiperdemanda que caracteriza a los niños de hoy.

Los chicos y jóvenes de hoy no están desamparados por adultos irresponsables o inmaduros (aunque en muchos casos sucede) sino porque los modos en que ellos piensan, se constituyen y operan, escapan a las modalidades más o menos establecidas de pensarlos. Para cualquier adulto, un libro, por ejemplo, es un hecho culturalmente inobjetable, mientras que la televisión, en principio, no lo es. Hay que trabajar mucho para que se entienda que a partir de un programa de televisión también se puede pensar, o para entender que a través de internet también se pueden aprender muchas cosas. Pero en todos los casos, el requisito para que esto suceda, tiene que ver con el encuentro, con el espacio y el tiempo compartido entre los adultos y los chicos.

En otras palabras, el impacto de las nuevas tecnologías y sus efectos sobre los nuevos estilos de convivencia familiar y de crianza de los niños y jóvenes constituyen una realidad de la que no podemos escapar. La presencia cercana de un adulto responsable resulta imprescindible, tanto para contener los desbordes como para poner límites ante los excesos, tal como suele suceder cuando se traspasa esa línea sutil que distingue el “buen uso” (del usuario inteligente) del “abuso” (prácticas éstas más ligada con las adicciones). 


La presencia adulta

La presencia de un adulto-referente no puede faltarle nunca a un niño, ni a un adolescente sin que sus efectos no sean siempre negativos.

Al respecto, resulta pertinente recordar que el requisito fundamental que permite hoy definir a una “familia” como tal —ante la irrupción de las novedosas configuraciones que éstas adoptan hoy— no es otra cosa más que el poder hablar de una red vincular abierta. Esto significa que para que podamos hablar “familia”, tenemos que poder reconocer hacia el interior de la misma, mínimamente, la presencia de un adulto responsable y “a cargo” del cuidado, la crianza y la educación de un niño.

El “desatender a los niños” constituye una conflictiva familiar que acarrea efectos no menores sobre la subjetividad de las nuevas generaciones. Los niños necesitan “ser mirados”, “ser escuchados”. Que los “otros” les sostengan su mirada y su cuerpo; que se concentren en él. De lo contrario, puede que apele a algunas inconductas costosas para sí mismo (aislándose, o por el contrario haciendo berrinches, accidentándose frecuentemente o enfermándose) para lograr convocar la atención de sus padres. Otra salida, a modo de fuga, es frecuente entre los adolescentes que se sumergen durante la mayor parte de su día y de la noche también (alterando sensiblemente sus ritmos de sueño) en un mundo virtual para interactuar, comunicarse con “otros”, “supuestos amigos de su facebook” que les presten atención...esa atención de la que carecen en su mundo real.

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