Aunque la epidemia de obesidad transformó la balanza
en un elemento tan difundido como el cepillo de dientes, los médicos
coinciden en que lo que realmente importa no es el peso, sino la
cantidad de tejido adiposo del organismo. El problema es que los métodos
disponibles para medirlo no eran, hasta ahora, muy precisos, o no
resultaban tan sencillos de consultar como las pesas de la báscula.
Por: Nora Bar
Sin embargo, un trabajo publicado en la revista científica Obesity
ofrece una solución: una ecuación que calcula el porcentaje de grasa
corporal con sólo usar el centímetro. Es más: especialistas de la
Sociedad Argentina de Obesidad y Trastornos Alimentarios (Saota)
convirtieron esa fórmula en un calculador automático al que cualquiera
puede acceder en su sitio de Internet: www.saota.org.ar .
En 1835, el astrónomo, matemático y naturalista belga
reconocido como uno de los padres de la estadística moderna, Lambert
Adolphe Jacques Quételet, postuló su teoría sobre el "hombre promedio":
en Sur l'homme et le développement de ses facultés, essai d'une physique sociale ( Sobre el hombre y el desarrollo de sus facultades, ensayo de una física social ) presenta un cálculo simple para clasificar el peso ideal con respecto a la altura.
Ese índice, que en su momento se llamó "de Quételet" y
surge de dividir el peso por la altura al cuadrado, es nada menos que el
conocido b ody mass index (BMI o índice de masa corporal), que
hoy se utiliza ampliamente para decidir si una persona está dentro de
su peso (cuando el resultado se ubica entre 18 y 24,9), tiene sobrepeso
(entre 25 y 29,9) o padece obesidad (más de 30).
Pero aunque el BMI se usa desde hace más de un siglo y
medio, es sabido que no discrimina entre el tejido magro y la masa grasa
del organismo. Por ejemplo, estudios con densitometría hechos en la
Argentina por el doctor Carlos Mautalén y su equipo del Centro de
Osteopatías Médicas compararon a futbolistas de primera división con un
grupo de hombres jóvenes del mismo BMI y descubrieron que mientras los
primeros tenían 9 kilos de grasa, los otros tenían 16.
Para "afinar la puntería", en su trabajo de Obesity,
Richard Bergman y colegas propusieron un parámetro alternativo: el
índice de adiposidad corporal (o BAI, según sus siglas en inglés, por body adiposity index ).
"Es un cálculo que permite hacer una estimación de la
grasa total del organismo -explica el doctor Julio Montero, integrante
de la comisión directiva de la Sociedad Argentina de Obesidad y
Trastornos Alimentarios (Saota)-. Lo notable es que puede aplicarse
hasta en medio del campo sin más instrumento que un centímetro y,
eventualmente, una computadora o calculadora."
Una ecuación reveladora
Para construir su índice, que está validado para
adultos de ambos géneros, pero no para chicos, Bergman y sus coautores
se basaron en un estudio que había reunido una variedad de medidas
corporales de 1733 descendientes de mexicanos de la población de
pacientes del plan de salud Kaiser Permanente de California del Sur, en
el condado de Los Angeles.
Los científicos trataron de identificar una combinación
de rasgos que pudiera relacionarse con la adiposidad. Luego, validaron
los resultados del índice con los que se obtenían con densitometría.
Tras ajustar las variables, obtuvieron una fórmula que
arroja el porcentaje global de tejido graso. Quienes visiten el sitio
electrónico de la Saota podrán calcularlo automáticamente gracias al
aporte de Martín Milmaniene, secretario, y de Rosa Labanca, directora
del Centro de Docencia, Asistencia e Investigación de la entidad.
"Basta con ingresar el contorno de cadera tomado en
centímetros en la parte de los glúteos que más sobresale, y la altura,
en metros -explica Montero-. Inmediatamente aparece el porcentaje de
grasa que tiene su cuerpo. Si supera el 35% en las mujeres o el 25% en
hombres, indica un exceso de grasa y un posible aumento del riesgo
cardiovascular. Hasta ahora, uno no tenía forma de averiguarlo a menos
que se hiciera una densitometría, con el costo y las lógicas
complicaciones que exige."
Aunque el trabajo, financiado por los Institutos de
Salud de los Estados Unidos, se realizó en personas de ascendencia
mexicana, sus autores afirman que hay evidencias de que debería poder
extrapolarse a la población caucásica, y anticipan que están haciendo
más investigaciones para generalizarlo.
Según Bergman y colegas, el trabajo partió de la presunción de que el porcentaje de adiposidad per se es la característica fisiológica de los individuos obesos y con sobrepeso que los pone en riesgo de enfermedad cardiovascular.
"La relación entre el porcentaje de grasa y el riesgo
cardiovascular está bien documentada. Sin embargo, hay evidencia
convincente de que la grasa visceral o hepática puede ser un mejor
predictor [dato con valor pronóstico] que el porcentaje global (...) y
podría ser interesante en el futuro comparar el BAI con depósitos
seleccionados de grasa", escriben los científicos.
Para Montero, el nuevo índice permitirá complementar
otras mediciones, como el ya clásico BMI o la observación directa de la
distribución del tejido graso, y de ese modo permitirá ampliar y hacer
más precisa la evaluación profesional.
"No es lo mismo la acumulación de grasa en la cola que
en el abdomen -dice Montero-. Pero tener una estimación de su cantidad
es una muy buena primera aproximación para presumir riesgos."
CÉLULAS ESTRESADAS
Contrariamente a lo que suele creerse, el tejido
adiposo no es inerte: hoy se sabe que no sólo es un "armario" para
almacenar grasas, sino que además secreta hormonas y actúa sobre
numerosos sistemas del organismo.
Es decir, es un órgano endocrino, pero, a diferencia de
otras glándulas, su masa es variable [puede aumentar o disminuir
dependiendo de la dieta, la actividad física y la predisposición
genética], y su acción es diferente de acuerdo con la ubicación y el
volumen de los adipocitos [células adiposas].
"El exceso de grasa corporal es nocivo para la salud
-subraya el doctor Gustavo Lobato, nutricionista, especialista en
medicina del deporte y vicepresidente de la Saota-. Cuando la grasa
«sobra», los adipocitos se «asfixian»."
Según explica Lobato, cuando los adipocitos del tejido
celular subcutáneo se llenan excesivamente, dejan de cumplir su función
de reservorio, se van hinchando como globos y al hacerlo se alejan de
los capilares, que son los diminutos vasos sanguíneos que los abastecen
de oxígeno. "Se podría decir que en esa situación los adipocitos se
inflaman y empiezan a «llorar» -ilustra el especialista-: secretan
ácidos grasos y «adipoquinas», sustancias que trasladan la inflamación
del tejido adiposo a todo el organismo. En la pared de las arterias,
predisponen a la arteriosclerosis y la hipertensión arterial; y en los
músculos, impiden la recaptación de glucosa, cuya circulación aumenta en
el torrente sanguíneo después de comer hidratos de carbono... Esta
hiperglucemia, si se sostiene en el tiempo, conduce a la diabetes tipo
II."
Las adipoquinas también actúan sobre el hipotálamo y
producen la liberación de cortisol [la "hormona del estrés"], que a su
vez redistribuye las grasas y aumenta su depósito en la panza. "Es
decir, que cuando uno ve a una persona con un abdomen prominente, ya
sabe que su organismo está sufriendo un proceso inflamatorio", dice
Lobato.
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