Preguntas esenciales como “¿quién soy?” parecen encontrar respuestas hoy en la cirugía estética o en la ilusión médico-tecnológica de que se puede ser joven hasta la muerte. Esa batalla se da en los cuerpos, escamoteados o exhibidos con diversos sentidos. Aquí, un análisis del arte a la psicología, la opinión de especialistas y una entrevista con el sociólogo Nikolas Rose, experto en biopolítica.
Por Marcos Mayer
La llegada del verano es escenario propicio para el ritual de
los discursos más banales sobre el cuerpo. Aquellos que apuntan al
lucimiento de virtudes, a la disimulación de defectos, a la corrección
más o menos drástica de imperfecciones reales o imaginarias, a la
elección de la ropa y los paisajes que mejor se adecuen a esta imagen de
estación. Esto que parece ser sólo una impresión queda refrendado por
los datos que aporta el doctor Ricardo Losardo, presidente de la
Sociedad de Cirugía Plástica de la Ciudad de Buenos Aires. En la segunda
mitad del año, y sobre todo luego de comenzada la primavera, las
operaciones estéticas suben alrededor de un 50%, con preeminencia de
mujeres jóvenes que solicitan implantes mamarios y lipoaspiraciones. Hay
una exigencia de que el cuerpo se sume a una media de belleza,
determinada más por la atención especial a ciertas zonas que por el
equilibrio general.
Sin embargo, hay otros discursos que
atraviesan la problemática del cuerpo, que proponen distintas
representaciones, formas de represión que lo escatiman o exhiben,
obsesiones médicas, prácticas donde se juega ese raro borde entre la
salud y la enfermedad. El cuerpo que en principio debería ser un espacio
mudo termina por ser una superficie donde se pueden leer distintos
significados y sobre el cual se pueden inscribir una variedad de
sentidos.
La rebelión al desnudo
La
desnudez se va transformando en una estrategia cada vez más utilizada
para defender alguna causa. No hay semana en que no aparezca la noticia
de una actriz, modelo o simple particular que se quita la ropa para
abogar a favor de la ecología, para protestar por un acto de gobierno o
para llamar la atención sobre ciertas cuestiones desatendidas por la
sociedad. La hija de Mick Jagger, el vocalista de los Rolling Stones, se
desnudó para oponerse a la extinción de ciertas especies marinas. Otra
cantante, Madonna, para defender la causa de una niña paquistaní
perseguida; una modelo se sacó fotos sin nada encima en el monumento a
la Bandera de Rosario para manifestar de esta forma su rechazo a la
cosificación de la mujer. En general estos actos se reciben con
beneplácito porque de algún modo establecen un vínculo entre un cuerpo
al que se considera bello –o al menos tan en principio inaccesible como
el de una celebridad– y una causa que se presenta como noble, pero en
otros casos, generan un intenso rechazo. Recientemente, la Iglesia hizo
saber su repudio por una obra estrenada en el Teatro Argentino de La
Plata en la cual la Virgen María era representada por una actriz que
permanecía veinte minutos desnuda sobre el escenario. El arzobispo de la
ciudad dijo que esa elección sólo se podía explicar por la profesión
anticatólica del director de la puesta de Pepita Jiménez con libro de
Juan Valera y música de Isaac Albéniz. El problema, según se deduce de
un texto publicado por Héctor Aguier, es que la desnudez implicaba poner
en cuestión el carácter inmaculado del cuerpo de María.
Una
primera conclusión sería que los cuerpos pertenecen a dos categorías:
una que permite su uso a través de la exhibición pública y otra en la
que la desnudez queda bajo el signo de la blasfemia. Sostiene el
filósofo italiano Giorgio Agamben, refiriéndose a las representaciones
del paraíso en un artículo titulado “Desnudez”, incluido en el libro del
mismo título, publicado por Adriana Hidalgo: “El problema de la
desnudez es el problema de la naturaleza humana en relación con la
gracia”. Y recuerda unas páginas más adelante que a principios del siglo
XX los movimientos que predicaban el nudismo como nuevo ideal social lo
hacían oponiendo “a la desnudez obscena de la pornografía y la
prostitución la desnudez como ‘vestido de luz’”. Esa que parecía una
diferenciación clara basada en la intencionalidad –en un caso se trata
de exhibirse, en el otro de que los demás prescindan que están ante un
cuerpo sin ropas– parece estar perdiendo claridad. En Punta del Este, se
pretende reducir el espacio de las playas nudistas; en San Francisco,
California, los legisladores prohibieron la habitual práctica del
nudismo callejero. Si se quiere asistir a una representación un tanto
patética de esta tensión entre el desnudo inocente y la provocación,
pueden verse las infaltables notas televisivas sobre playas nudistas,
que concluyen irremediablemente en que la cronista se quite la malla y
se sumerja en el mar, mientras varias partes de su cuerpo aparecen
blurreadas. La inocencia y la provocación en una única toma.
John
Berger, escritor, crítico y artista plástico británico, establecía una
distinción difícil en castellano: entre “ nude ” –el desnudo como forma
de retrato– y “ naked ”, estar desnudo. Al respecto plantea: “La
desnudez se revela a sí misma. El desnudo está condenado a nunca quedar
desnudo, es una forma de estar vestido”. El cuerpo que se muestra en su
supuesta plenitud para emitir un mensaje de alguna manera escapa a esta
doble tensión. Se identifica con la causa que defiende. No se propone
ser visto ni en su inocencia ni en su gesto de pura exhibición.
Probablemente porque el cuerpo va adquiriendo otras significaciones.
Anatomías de la barbarie
Algunas
de esas significaciones resultan trágicas. Una de las zonas del horror
argentino fue la imposibilidad de los familiares de reencontrarse con
los cuerpos de las víctimas de la represión. En la siniestra definición
del dictador Videla, “los desaparecidos, son eso, desaparecidos. No
están”. Se escamoteaba el cuerpo, se lo convertía en ausencia como una
forma de eliminar toda forma de identidad, pasada o presente. Algo de
esa estrategia sigue usándose entre nosotros para romper la relación
entre voz y cuerpo, como ha sucedido con Julio López, ex militante de
una unidad básica peronista barrial, y desde 1985 afiliado al Partido
Socialista, desaparecido desde octubre de 1976 hasta junio de 1979
durante la dictadura militar y por segunda vez, en septiembre de 2006.
Esta
forma de represión no fue sólo nacional. Se aplicó en Argelia, y se usó
con mayor o menor intensidad en distintos países americanos en la
década de 1970.
Hoy aparecen nuevas formas del uso represivo del
cuerpo del otro, del escamoteo se pasa a la exhibición de los cuerpos.
Es lo que sucede con las fotos de la cárcel de Abu Ghraib. Sobre esas
imágenes de las torturas sufridas por prisioneros encarcelados allí tras
la invasión de Irak por parte de los Estados Unidos, el pintor
colombiano Fernando Botero realizó una serie de cuadros, destinados a
“visualizar lo que allí ocurrió”, según declaró. Una exposición que
desde 2005 viene dando vueltas por el mundo. Los cuadros amplían el
límite de lo que ya se ve en las fotos, por lo menos en las que son
accesibles. La humillación aparece en los cuadros aún más subrayada que
en esos retratos de prisioneros desnudos y encapuchados atados como
perros junto a alguna mujer sonriente y portando un uniforme militar del
cual parece sentirse orgullosa. Las fotos fueron deliberadamente
exhibidas, un gesto que puede leerse más como una política que como una
trasgresión. Es una forma más de aniquilar al enemigo, degradar su
condición humana a la vista de los demás, hacerlo cuerpo de una derrota
irreversible.
Dice Estela Schindel, socióloga y autora del libro
La desaparición a diario. Sociedad, prensa y dictadura (1975-1978) : “En
el caso de las fotos de tormentos a prisioneros por fuerzas
estadounidenses, éstas presentan la novedad de que llegan a incluir a
los mismos victimarios en la imagen (un nuevo paso en la pérdida de la
vergüenza o, mejor dicho, de todo límite ético-moral) y hablan de una
confianza en la impunidad total por parte de quienes detentan el poder.
Las fotos son también entonces señal de advertencia sobre esa
dominación, donde poder ‘legal’ y ‘de facto’ se imbrican y entremezclan.
Es lo que ocurre también con la exhibición de las marcas obscenas de la
violencia en los cadáveres por parte de los grupos que ejercen el poder
de hecho en México. En el caso de los asesinatos de mujeres en Ciudad
Juárez, brillantemente analizados por la antropóloga Rita Segato, el
poder escribe en sus cuerpos un mensaje dirigido a otros sectores como
reafirmación de su dominación. El cuerpo femenino deviene allí mero
instrumento, vehículo de un texto dirigido a otros (hombres), que han de
saberlo “decodificar”. Segato sostuvo en una ponencia en Brasil: ‘La
víctima sacrificial, parte de un territorio dominado, es forzada a
entregar el tributo de su cuerpo a la cohesión y vitalidad del grupo y
la mancha de su sangre define la esotérica pertenencia al mismo por
parte de sus asesinos. En otras palabras, más que una causa, la
impunidad puede ser entendida como un producto, el resultado de estos
crímenes, y los crímenes como un modo de producción y reproducción de la
impunidad: un pacto de sangre en la sangre de las víctimas’.”
Pareciera, en este sentido, haber un retorno a formas pasadas del uso
del cuerpo de las víctimas como exhibición de poder por parte de los
victimarios. Al respecto, agrega Schindel: “Más que ‘avances’ o
‘retrocesos’ en la aplicación de la violencia, lo que la historia
muestra es que ésta se desplaza y condensa, seleccionando en cada caso
cuánto dejar entrever y cuánto esconder y sin que por ello su virulencia
y efectos sean menores. Asistimos más bien a nuevas reconfiguraciones
en su exhibición y ocultamiento. El desafío consiste en aprender a
interpretar y desmontar sus mecanismos, como primer paso para resistir y
conjurar sus efectos.” “Nuestro cuerpo es ya sólo un estorbo para
nuestro cerebro”, provoca en una entrevista Kevin Warnick, académico de
la universidad de Reading, experto en cibernética. Y agrega: “Nuestras
neuronas se conectan mejor en red que nuestras células. Por eso nuestro
cuerpo hoy se engorda y degrada: la obesidad, la diabetes... Pronto
nuestros cerebros se librarán de ellos”. Warnick habla de un experimento
que le permitió mover desde Inglaterra un brazo electrónico que se
hallaba en Nueva York, valiéndose sólo de sus neuronas. Se trata de una
forma de optimismo que para otros asume el rostro de una pesadilla:
cuerpos a medida, libres de defectos, condenados a la perfección. En ese
sentido, el libro Políticas de la vida , del inglés Nikolas Rose (ver
entrevista con el autor , página 8), ofrece algunas cuestiones a
considerar. Allí se señala la existencia de un proceso creciente de la
posibilidad de intervenir en el cuerpo, tanto en su funcionamiento como
en su aspecto, lo cual de alguna manera se va constituyendo en una
especie de ingeniería de la vida. Eso implica, por un lado, la
posibilidad de separar y reformular el camino de los distintos
componentes del cuerpo, como sucede por ejemplo, con óvulos y
espermatozoides que pueden cumplir su función fuera del ámbito de una
relación sexual de a dos. Lo que todavía no sabemos es si toda esta
nueva ingeniería biológica tanto en sus realizaciones concretas como en
sus promesas más o menos factibles o fantásticas producen cambios en la
relación que se mantiene con el propio cuerpo, que pasa de ser un
destino (el cuerpo que nos tocó en suerte) a una posibilidad, el cuerpo
que alguien puede diseñarnos.
Sostiene Patricia Faur, psicóloga,
docente en la Universidad Favaloro: “La tecnología contribuye a sostener
la ilusión de que es posible ser joven hasta la muerte. Quizás por eso,
algunos investigadores han demostrado que las personas tienen una
representación de sí mismas de 10 años menos que su edad cronológica. La
ilusión de cambiar el cuerpo a través de la tecnología permite también
jugar a crear nuevas identidades. ‘Transformarse en otro’ empieza a ser
un experimento casi genómico para renunciar a un aspecto que no quiere
hundir sus raíces en la herencia. Vivimos tiempos en los que se puede
cambiar el color de la piel, se modifican rasgos característicos de
ciertas comunidades, se ven caras uniformadas por criterios estéticos
que se ponen de moda. La respuesta a categorías ontológicas como ¿quién
soy? parece encontrar respuesta en los quirófanos. El cuerpo dice lo que
queremos callar. Los consultorios de los terapeutas están poblados de
pacientes que traen a sus cuerpos malheridos: cefaleas, trastornos del
sueño, gastrointestinales y cardiovasculares, enfermedades autoinmunes y
endócrinas y, obviamente depresión y ansiedad.
El estrés crónico
muestra una respuesta desajustada de un organismo que fue exigido hasta
el punto del desborde. Una respuesta sabia de nuestro sistema para
adaptarnos exitosamente frente a las demandas externa e interna terminó
por fracasar. El cuerpo elevado a la categoría de ídolo, el cuerpo de la
estética, el de la imagen, el de la tecnología, es un cuerpo olvidado”.
Hay
actividades que giran en torno del uso del cuerpo, la danza y el
deporte. “Los bailarines hablamos un lenguaje físico y podemos conversar
con ustedes. Intentamos hablar un lenguaje sin acentos, reducir la
marca individual y lograr un tipo de armonía”, sostiene el coreógrafo
Edward Villela, fundador del Miami City Ballet. Este cuerpo construido
desde el modelo del ballet clásico es, desde la perspectiva de Andrea
Servera, fundadora del grupo El combinado argentino de danza, requiere
de cierta represión del proceso creativo porque implica seguir un modelo
preestablecido. “Esos cuerpos esbeltos no siempre son, como se
pretende, caminos hacia la salud. Hay anorexia en el mundo del ballet,
así como la hay entre las modelos”, dice.
El baile que tenía su
expresión elitista en el ballet y una dimensión privada en fiestas y
reuniones, hoy ocupa un lugar de privilegio en la televisión a través
del Bailando por un sueño que conduce Marcelo Tinelli. Al respecto,
plantea Servera. “Es algo dominado por lo que podría llamarse el ‘efecto
asado’, no importa cómo se baile sino la carne que se exhiba. No hay
menor ligazón con ninguna forma del arte de bailar.” Se podría agregar
que, en cualquier forma de danza, hay una especie de juego por el cual
la imagen del cuerpo se muestra y se retacea. La lógica de estos
concursos es que el cuerpo (segmentado) debe entregarse por completo a
la mirada y al comentario del otro que suele presentarse bajo la forma
de un jurado, ejecutor de una ley de la adecuación de los cuerpos.
El
mexicano Juan Villoro cuenta en una de sus crónicas de fútbol haber
encontrado a Ronaldinho jugando a la play station en la concentración
del Barcelona. El crack brasileño había elegido como su jugador
representativo al propio Ronaldinho. Una sorprendente circularidad entre
el cuerpo real y esa especie de holograma en tres dimensiones que es la
característica del jueguito. De todos modos, para Fernando Signorini,
preparador de futbolistas como le gusta definirse y que trabajó con
Diego Maradona, no es por medio de la mirada que se aprende a usar el
cuerpo, sino a través de la práctica permanente, la forma en que se
aprenden los movimientos. “Hay alguna técnica que se puede adquirir de
esa manera, pero lo que hace la diferencia no es el cuerpo sino la
inteligencia, de hecho no conozco a ningún Premio Nobel que haya sido
físicoculturista”. Desde esta perspectiva, Signorini cuestiona la
obsesión por modelar el cuerpo, “una especie de manía asociada a la idea
de éxito, hasta se hace cierto tipo de ropa que destaca los músculos
que son aparentemente el gran símbolo de la belleza corporal”.
Lo
cierto es que si consideramos a la pintura (y en menor medida a la
fotografía) como el lugar de representación de las imágenes posibles del
cuerpo, la exposición sobre Caravaggio que se presentó recientemente en
el Museo Nacional de Bellas Artes permite otro acercamiento pues rompe
el automatismo del ideal del cuerpo perfecto al cual debiera tenderse.
Si se compara esos modelos de pies sucios, de ropas arrugadas, rostros
vencidos por el tiempo, la carne en su mortalidad más evidente, con la
perfección de esas figuras de Miguel Angel, con sus músculos plenos,
destinados a la eternidad, la contradicción es evidente. No se trata de
la cuestión de la belleza –de hecho, algunos célebres cuadros de
Caravaggio, como Tañedor de laúd es de una extrema delicadeza– sino de
rechazar la idea de un cuerpo sin marcas destinado a reflejar la gloria
de Dios en términos de armonía, de equilibrio y, si puede decirse así,
de eternidad. En realidad, sus cuadros inscriben el tiempo y la
experiencia en los cuerpos. Tiempo y experiencias que se dicen de otro
modo que a través del discurso. Al final de La voluntad de saber , el
primer tomo de su Historia de la sexualidad , Michel Foucault sostiene
que lo único que puede escaparse a la cárcel del discurso (que es el
mecanismo de reproducción del poder) son los cuerpos y los placeres.
Para que los placeres puedan ser posibles no puede pensarse un cuerpo en
solitario, siempre es más de uno. En su último libro, esa maravilla de
la sensibilidad que es El cuaderno de Bento , John Berger cita a Baruch
Spinoza: “El cuerpo humano se compone de muchísimos individuos (de
diversa naturaleza), cada uno de los cuales es muy compuesto.”
Nikolas Rose: “Vamos hacia un ‘cuerpo a la carta’”
La medicina no se ocupa ya de la enfermedad, sino
del cuerpo sano entendido como una máquina que debe “optimizarse”,
afirma este experto británico en biopolítica. Consumo, salud y poder se
funden en esta nueva realidad.
Revistaenie.com
Por
Agustin Scarpelli
Muchos pensadores han echado mano al concepto foucaulteano de
“biopolítica” para explicar cómo la vida de las poblaciones (expresada
en las tasas de mortalidad y natalidad, los índices de salud, la
donación de órganos o los seguros de vida, por ejemplo) se ha
constituido como un campo central de intervención del poder político.
Entre ellos se encuentran Judith Butler, Roberto Esposito, Giorgio
Agamben, Toni Negri y Michael Hardt. En ese arco vasto de autores se
recorta el sociólogo británico Nikolas Rose como aquel que ha indagado
en las prácticas médicas –primero estudió la psicología, luego el giro
molecular de la medicina y, más recientemente, realizó investigaciones
sobre el cerebro– asociándolas con los efectos inmediatos que tienen
sobre lo que los hombres creemos (y queremos) ser. A diferencia de
aquellos autores, sin embargo, las investigaciones de Rose son más
analíticas y descriptivas y un tanto renuentes a la crítica política.
Tal vez el eje problemático central de su último libro, Políticas de la vida. Biomedicina, poder y subjetividad (UNIPE,
2012) sea el estudio de las formas en que la medicina interviene ya no
sólo en aquella vida afectada por alguna dolencia o enfermedad, sino
también y de forma prioritaria, en su “normal desarrollo” para
potenciarla. Piénsese, por ejemplo, en el auge de las cirugías
estéticas, en el desarrollo de la industria cosmética, pero también en
la proliferación de psicofármacos para aliviar el sufrimiento
existencial o la venta de viagra para exacerbar la vida sexual, de forma
tal que ésta logre acoplarse al imperativo de goce que irradian las
pantallas; en el cultivo de células madres para fines aún desconocidos;
en las campañas y leyes antitabaco, que no sólo han arrinconado al
fumador en pequeños reductos para díscolos, ya sea en bares o
aeropuertos, sino que lo han vuelto sujeto de consideraciones morales:
fumar ya no sólo es malo para la salud sino que está “mal visto”. La
lista es vasta pero lo que existe detrás de ella es la emergencia de lo
que Rose llama la “ética somática” –y que responsabiliza al “individuo
somático” respecto de su salud corporal futura– y el poder biomédico
para intervenir en tan variados campos de la vida social, antes
asociados a los mundos íntimos. Poder conferido por un nuevo tipo de
saber (los desarrollos en el campo del genoma humano y la bilogía
molecular) y una serie de técnicas asociadas a él que permiten manipular
procesos básicos en los niveles moleculares, celulares y genético. Rose
conversó con Ñ por Skype sobre estos temas.
Usted
señala que la medicina, que hasta hace poco se ocupaba de curar el
cuerpo enfermo, se está transformando en una biomedicina, que actúa
sobre el cuerpo sano, sus susceptibilidades y potencialidades. ¿Implica
una transformación en la forma de concebir el cuerpo?
Sí. El primer cambio, sumamente importante, es que ahora concebimos el cuerpo ya no como misterio, sino como una suerte de máquina, ya que los procesos corporales pasan a ser entendidos como procesos manipulables y mecánicos. Esto permite imaginar nuevas maneras de intervenir sobre nosotros mismos, que parecen resumirse en problemas técnicos. Por ejemplo, si tomamos el trasplante de órganos, acaba de morir la persona que recibió el primer trasplante de riñón en los años ‘50. Por entonces el trasplante de un organismo a otro era algo apenas pensable, mientras que ahora ha pasado a ser tan de rutina que se habla de “déficit de órganos”, como si fuera natural extraer un órgano y reemplazarlo por otro. O sea que el cuerpo se convierte en una máquina; y como máquina puede ser organizada y reorganizada; inicialmente, quizá, para rectificar cosas que se descompusieron. Pero la línea entre reorganizar el cuerpo para corregir algo que está mal y reorganizar el cuerpo para aumentar la capacidad, lo que llamamos “optimizar”, se está desdibujando. En segundo lugar, creo que estas manipulaciones sobre el cuerpo operan en otra escala. En el libro me refiero al giro molecular de la biomedicina contemporánea: el hecho de que los mecanismos del cuerpo se buscan a nivel molecular. La molecularización permite considerar en muchos aspectos a tejidos, proteínas y moléculas como unidades manipulables y transferibles, que pueden moverse de un organismo a otro. En suma, describiría la nueva forma de comprender el cuerpo como la combinación entre estas dos tendencias: el cuerpo como un mecanismo manipulable y ese mecanismo entendido a nivel molecular.
En
relación con la idea de cuerpo-máquina, disiente con Deleuze, para
quien en nuestra época el cuerpo-máquina deja lugar a un cuerpo-signo,
en la medida en que comienza a ser interpelado como información.
Esa idea del cuerpo-signo ya estaba en Georges Canguilhem; en efecto, la idea surgió cuando los genetistas James Dewey Watson y Francis Harry Compton Crick decodificaron el código genético. Entiendo la importancia de ese aspecto, pero creo que los cuerpos no son sólo información. Son físicos, contienen sustancias, la operación del genoma no depende sólo de la información contenida en él sino de sus propiedades topográficas. Las propiedades de las proteínas dependen de la forma de doblarse y desdoblarse, subiendo del nivel molecular hasta el nivel superficial. Pienso que la metáfora informacional de la vida es, en ese sentido, engañosa: no es más que una forma de volverla apta para su capitalización y explotación económica.
Esa idea del cuerpo-signo ya estaba en Georges Canguilhem; en efecto, la idea surgió cuando los genetistas James Dewey Watson y Francis Harry Compton Crick decodificaron el código genético. Entiendo la importancia de ese aspecto, pero creo que los cuerpos no son sólo información. Son físicos, contienen sustancias, la operación del genoma no depende sólo de la información contenida en él sino de sus propiedades topográficas. Las propiedades de las proteínas dependen de la forma de doblarse y desdoblarse, subiendo del nivel molecular hasta el nivel superficial. Pienso que la metáfora informacional de la vida es, en ese sentido, engañosa: no es más que una forma de volverla apta para su capitalización y explotación económica.
En cuanto a la
metáfora maquínica, eso nos puede llevar a pensar que el cuerpo se
vuelve menos biológico que antes, pero usted dice que no es así.
Exacto: si bien está mejorado artificialmente, este nuevo cuerpo ya no es un cyborg, híbrido de humano y aparato mecánico, como en el uso de prótesis e implantes, desde el audífono hasta el marcapasos. A diferencia de los usos de la computación y la robótica, que parecerían volver a los seres humanos menos biológicos, las nuevas tecnologías de mejoramiento molecular buscan transformar el cuerpo a nivel orgánico, desde adentro: el ser humano se vuelve mucho más biológico.
Exacto: si bien está mejorado artificialmente, este nuevo cuerpo ya no es un cyborg, híbrido de humano y aparato mecánico, como en el uso de prótesis e implantes, desde el audífono hasta el marcapasos. A diferencia de los usos de la computación y la robótica, que parecerían volver a los seres humanos menos biológicos, las nuevas tecnologías de mejoramiento molecular buscan transformar el cuerpo a nivel orgánico, desde adentro: el ser humano se vuelve mucho más biológico.
¿Eso es lo que crea tanto desasosiego en relación con las nuevas técnicas de mejoramiento?
Me parece que lo que más preocupa a los críticos es la sensación de que, a diferencia de las anteriores prácticas de automejoramiento, que exigían un entrenamiento duro, ciertas penurias y el ejercicio de la voluntad, estas técnicas de optimización pueden adquirirse sin demasiado esfuerzo. La idea de que vamos hacia un “cuerpo a la carta”, muy promovida por el mercado, donde se prometen mejoras en casi cualquier aspecto para quienes están en condiciones de pagarlas. También causa resquemor el hecho de que antes se recurría a las intervenciones especializadas para curar patologías, y que ahora, en cambio, los destinatarios de esas intervenciones son consumidores que deciden acceder a ellas sobre la base de deseos no marcados por una necesidad sino por la cultura del consumo.
Me parece que lo que más preocupa a los críticos es la sensación de que, a diferencia de las anteriores prácticas de automejoramiento, que exigían un entrenamiento duro, ciertas penurias y el ejercicio de la voluntad, estas técnicas de optimización pueden adquirirse sin demasiado esfuerzo. La idea de que vamos hacia un “cuerpo a la carta”, muy promovida por el mercado, donde se prometen mejoras en casi cualquier aspecto para quienes están en condiciones de pagarlas. También causa resquemor el hecho de que antes se recurría a las intervenciones especializadas para curar patologías, y que ahora, en cambio, los destinatarios de esas intervenciones son consumidores que deciden acceder a ellas sobre la base de deseos no marcados por una necesidad sino por la cultura del consumo.
En “Políticas de la vida” habla de una “forma de vida emergente”, ¿cuáles son sus características?
La primera, más general, es que nos relacionamos con nosotros como individuos corporizados, lo que llamo la individualidad somática. El sentimiento de que hay una relación ética con este mundo y la clave es una existencia corporal somática: actuar sobre el cuerpo, transformarlo, mejorarlo, darle forma; y entender eso en el lenguaje de la biomedicina está pasando a ser el rasgo más omnipresente de muchas sociedades. Omnipresente no porque todo el mundo actúe así, sino porque se ha convertido en una especie de norma. Para poner un caso, en Inglaterra los debates sobre la obesidad y sobre el consumo de alcohol –uno estético, el otro moral– son ejemplos de la relación que debería tenerse con el propio cuerpo, regido por las ideas de salud y enfermedad, individual y colectiva. La obesidad es también un problema colectivo debido al costo que tiene para el sistema de salud. La forma de vida de la que hablo no es una en la que cada uno funciona de acuerdo con alguna norma particular, sino que la vida es uniformada y juzgada según cierto tipo de norma corpórea, una relación sobre responsabilidad personal, de cómo manejar la propia existencia somática. Con la ayuda de una multitud de expertos que dicen cuáles son los límites saludables del consumo de alcohol, o que ofrecen tratamientos a trastornos ya sea con drogas o con intervenciones quirúrgicas. Si somos ciudadanos responsables debemos hacer ese trabajo sobre nuestros cuerpos informados por los lenguajes de expertos biomédicos.
La primera, más general, es que nos relacionamos con nosotros como individuos corporizados, lo que llamo la individualidad somática. El sentimiento de que hay una relación ética con este mundo y la clave es una existencia corporal somática: actuar sobre el cuerpo, transformarlo, mejorarlo, darle forma; y entender eso en el lenguaje de la biomedicina está pasando a ser el rasgo más omnipresente de muchas sociedades. Omnipresente no porque todo el mundo actúe así, sino porque se ha convertido en una especie de norma. Para poner un caso, en Inglaterra los debates sobre la obesidad y sobre el consumo de alcohol –uno estético, el otro moral– son ejemplos de la relación que debería tenerse con el propio cuerpo, regido por las ideas de salud y enfermedad, individual y colectiva. La obesidad es también un problema colectivo debido al costo que tiene para el sistema de salud. La forma de vida de la que hablo no es una en la que cada uno funciona de acuerdo con alguna norma particular, sino que la vida es uniformada y juzgada según cierto tipo de norma corpórea, una relación sobre responsabilidad personal, de cómo manejar la propia existencia somática. Con la ayuda de una multitud de expertos que dicen cuáles son los límites saludables del consumo de alcohol, o que ofrecen tratamientos a trastornos ya sea con drogas o con intervenciones quirúrgicas. Si somos ciudadanos responsables debemos hacer ese trabajo sobre nuestros cuerpos informados por los lenguajes de expertos biomédicos.
Estos cambios,
¿tienen su origen en una necesidad política, o se produce, más bien,
una apropiación política de cambios ocurridos en otros campos?
Es indudable que en la actualidad hay una preocupación política tanto por el cuerpo individual como por el colectivo, pero mi idea es que esa preocupación está enmarcada de una manera muy diferente de cómo lo era en la época de la eugenesia. Antes, se decía: “debemos tratar de eliminar a las personas que tienen tales patologías para maximizar la calidad de la raza”; hoy se trata de responsabilizar a cada individuo, a cada familia, a que cuide de su cuerpo para el bien de todos y cada uno. Si tomamos la obesidad, de nuevo, se les propone comer alimentos sanos pero también tratar de que el individuo incorpore una norma de autocontrol. De esta forma, el vínculo entre la gestión y la autogestión del cuerpo individual y la gestión del cuerpo colectivo de la población se convierte en una necesidad política.
Es indudable que en la actualidad hay una preocupación política tanto por el cuerpo individual como por el colectivo, pero mi idea es que esa preocupación está enmarcada de una manera muy diferente de cómo lo era en la época de la eugenesia. Antes, se decía: “debemos tratar de eliminar a las personas que tienen tales patologías para maximizar la calidad de la raza”; hoy se trata de responsabilizar a cada individuo, a cada familia, a que cuide de su cuerpo para el bien de todos y cada uno. Si tomamos la obesidad, de nuevo, se les propone comer alimentos sanos pero también tratar de que el individuo incorpore una norma de autocontrol. De esta forma, el vínculo entre la gestión y la autogestión del cuerpo individual y la gestión del cuerpo colectivo de la población se convierte en una necesidad política.
En algunos
autores, este cambio ha sido mencionado como una ofensiva neoliberal,
donde el foco se pone en el interés del individuo en mejorar su “capital
humano”. ¿Está de acuerdo con esa interpretación?
Desconfío un poco del uso del término neoliberal porque me parece menos una descripción que un juicio. Cuando a la gente no le gusta algo, dice: “es neoliberal”. Sin duda, la estrategia es remitir mucha de la responsabilidad por el manejo de cada problema de salud a la capacidad de acción individual. Se promueve el desarrollo de diversas organizaciones que enseñan a los individuos a manejar sus cuerpos en forma responsable. Se abre así el manejo de los cuerpos a las fuerzas del mercado: uno lo ve en Internet, donde hay organizaciones comerciales que nos guían y proveen los recursos para hacer toda clase de cosas al cuerpo y a la mente. Y hay una nueva relación entre el aparato político y este conjunto de fuerzas. Vuelvo al alcohol: en el Reino Unido se debate si debería o no haber una ley con un precio mínimo. ¿Es esto neoliberal? Prefiero analizarlo en sus propios términos: en parte puede ser conveniente, en parte se podría decir que es increíblemente ingenuo. ¿Como decirle “coma frutas y verduras” a una persona que tiene tres chicos, no tiene dinero y está rodeada de restaurantes de comida rápida, donde se pueden comer cantidades de calorías instantáneas por menos de dos dólares? Decirle a esa persona: “tiene que hacerse responsable del manejo de su relación con el cuerpo” es, por supuesto, totalmente cínico. Uno puede hacer una crítica del neoliberalismo por no haber reconocido las condiciones que arrojan a la gente en este estilo de vida y la obligan a estos comportamientos y elecciones. Pero decir simplemente “esto es neoliberalismo” creo que vacía el análisis.
Desconfío un poco del uso del término neoliberal porque me parece menos una descripción que un juicio. Cuando a la gente no le gusta algo, dice: “es neoliberal”. Sin duda, la estrategia es remitir mucha de la responsabilidad por el manejo de cada problema de salud a la capacidad de acción individual. Se promueve el desarrollo de diversas organizaciones que enseñan a los individuos a manejar sus cuerpos en forma responsable. Se abre así el manejo de los cuerpos a las fuerzas del mercado: uno lo ve en Internet, donde hay organizaciones comerciales que nos guían y proveen los recursos para hacer toda clase de cosas al cuerpo y a la mente. Y hay una nueva relación entre el aparato político y este conjunto de fuerzas. Vuelvo al alcohol: en el Reino Unido se debate si debería o no haber una ley con un precio mínimo. ¿Es esto neoliberal? Prefiero analizarlo en sus propios términos: en parte puede ser conveniente, en parte se podría decir que es increíblemente ingenuo. ¿Como decirle “coma frutas y verduras” a una persona que tiene tres chicos, no tiene dinero y está rodeada de restaurantes de comida rápida, donde se pueden comer cantidades de calorías instantáneas por menos de dos dólares? Decirle a esa persona: “tiene que hacerse responsable del manejo de su relación con el cuerpo” es, por supuesto, totalmente cínico. Uno puede hacer una crítica del neoliberalismo por no haber reconocido las condiciones que arrojan a la gente en este estilo de vida y la obligan a estos comportamientos y elecciones. Pero decir simplemente “esto es neoliberalismo” creo que vacía el análisis.
¿Hay un pasaje de la biopolítica a la bioeconomía, en la medida en que la economía tomó a su cargo la gestión de la vida?
Es imposible actualmente desanudar la verdad biológica y biomédica de su capitalización en términos de rédito económico. Pero no es que el interés en el manejo de los cuerpos individuales y colectivos abandonó el campo político y ahora se trata solamente de intereses económicos. Lo interesante es observar el entrelazamiento. Por ejemplo: el movimiento global de salud mental suele poner como argumento de sus intervenciones la cantidad enorme de personas en condiciones de recibir diagnóstico de trastornos psiquiátricos y el costo potencial que tienen para la economía.
Es imposible actualmente desanudar la verdad biológica y biomédica de su capitalización en términos de rédito económico. Pero no es que el interés en el manejo de los cuerpos individuales y colectivos abandonó el campo político y ahora se trata solamente de intereses económicos. Lo interesante es observar el entrelazamiento. Por ejemplo: el movimiento global de salud mental suele poner como argumento de sus intervenciones la cantidad enorme de personas en condiciones de recibir diagnóstico de trastornos psiquiátricos y el costo potencial que tienen para la economía.
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