Las mil y una madres
La historiadora Karina Felitti pasó de estudiar los
métodos anticonceptivos a centrarse en la maternidad. Pero, justamente,
para ver que no hay una sola manera de ser madre, sino muchas y en
diferentes contextos. Madres adolescentes, con VIH, de clase media,
erotizadas, originarias, encerradas, lesbianas, adoptantes, con
problemas de fertilidad o activistas del parto humanizado son algunas de
las experiencias que se plasman en un libro que muestra la diversidad
de formas y posibilidades que pueblan la palabra mamá.
Por Luciana Peker
“Los
derechos reproductivos contemplan las demandas de quienes no quieren ser
madres pero también de las que deciden serlo. Se presentan problemas y
situaciones dramáticas pero también se destacan avances en la equidad de
género, se visualizan la existencia de vínculos solidarios y la
felicidad que para muchas significa esta experiencia”, dice Karina
Felitti, coordinadora del libro Madre no hay una sola, experiencias de
maternidades en la Argentina, de Ediciones Ciccus.
“Por madres más autónomas para hijas más autónomas”, abogó la
historiadora Dora Barrancos en la presentación del libro, el 20 de
diciembre, en Flacso. Felitti profundizó: “Ya sabemos que una mujer
puede o no ser madre. Ahora debemos ahondar en que hay muchas formas y
experiencias de serlo”. Ella es doctora en Historia e investigadora del
Conicet en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Empezó
por estudiar la trayectoria de cómo tener sexo sin ser madre (su libro
La revolución de la píldora. Sexualidades y política en la Argentina de
los años sesenta está por salir a la luz) y terminó profundizando sobre
ese otro derecho a decidir: el de ser madre. “Yo venía analizando la
anticoncepción en la Argentina y me di cuenta de qué manera la
planificación familiar cambió también la manera de vivir los partos y la
maternidad. Pero hay muy poca investigación histórica sobre el tema. Y,
desde el feminismo, hablar de derechos reproductivos queda muy
vinculado con los derechos no reproductivos: la anticoncepción y la
legalización del aborto son demandas que comparto y por las que lucho,
pero también se debe pensar en los derechos que vienen o deberían venir
con la maternidad. Soy una militante de los derechos reproductivos de
las mujeres, pero también creo que esos derechos tienen que incluir el
derecho a la reproducción”, define.
¿Cómo se relaciona la historia del feminismo con la maternidad?
–La maternidad fue una plataforma desde donde construir derechos.
Las primeras feministas en Argentina, a fines del siglo XIX y principios
del XX, postulan que como tienen la obligación de ser madres, esa
obligación les debe generar derechos. El primer feminismo habla de un
maternalismo político. En los años sesenta, con la aparición de la
píldora, la liberación sexual, el cuestionamiento a la
heteronormatividad, el lugar de la maternidad empieza a ser cuestionado
por el feminismo porque el rol de madres y esposas a las mujeres las
destinó al espacio doméstico. Ese cuestionamiento fue necesario en los
años sesenta. Pero no se volvió a revisar.
Uno de los paradigmas que inaugura el feminismo es que ser mujer no es ser madre, pero no se termina de resolver cómo se hace para ser mujer y madre...
–Por eso el libro es una obra colectiva y no habla de la maternidad,
sino de las maternidades. La clave es poder decidir en qué condiciones y
cuándo ser madre o decidir no ser madre nunca. Por ejemplo, las
maternidades lésbicas o la comaternidad generan cierta tensión en una
mirada que prejuzga y que piensa que la maternidad se da en el marco del
matrimonio, la heterosexualidad o de condiciones económicas favorables.
Y hay diferentes maneras de ser madre: se puede ser madre lesbiana, ser
madre en una cárcel, ser madre adolescente, se puede parir en una
clínica y también en una casa. La posibilidad de decidir es la que va
empoderando a la mujer.
La idea de planificación familiar supone que los hijos tienen que llegar en el momento adecuado en circunstancias adecuadas. Sin embargo, hay adolescentes o presas que desean ser madres aunque no sean los contextos más favorables y su deseo tiene que ser respetado...
–Sí, pareciera que hay deseos más legítimos que otros. Hay
diferentes maneras de tramitar ese deseo y también la madre y la
embarazada pueden ser objeto de deseo. Es importante recuperar una
dimensión erótica del embarazo y del parto y que se aplique la ley de
parto respetado, que es un tema que entra menos en la agenda del
feminismo. Se necesita mayor participación en el pedido de respeto por
el parto humanizado, para que sean reconocidos los hijos/as de
matrimonios igualitarios que nacieron antes que se aprobara la ley, en
la discusión por la posible norma de fertilización asistida.
¿Existe el prejuicio de que pelear por las maternidades se contrapone a la independencia femenina?
–A la marcha de los escarpines que convoca un grupo pequeño de los
llamados pro vida van muchas mujeres con carritos de bebés y carteles
“No al aborto”. Esta misma imagen de las mamás con los carritos se pudo
ver en la Marcha del Orgullo de este año, cuando Les Madres iban también
reclamando por el reconocimiento igualitario de sus hijos y sus hijas.
Una misma escena puede ser usada para crear cierta conciencia en contra
del aborto o para generar derechos. El problema no es el carrito y el
bebé sino para qué sirven ciertas imágenes y ciertas posiciones. No es
la maternidad el problema, sino qué uso se hizo de la maternidad para
sojuzgar a las mujeres. Las mujeres podemos revertir eso y decir:
“Justamente porque soy madre tengo poder”. Se puede hacer un uso
político de la maternidad más allá de la felicidad que causa en muchas
mujeres ser madre.
Desde la perspectiva de género no es habitual hablar de la maternidad como placer...
–En el libro se habla de maternidades elegidas. Se trata desde la
militancia para que haya una ley de acceso a los tratamientos de
fertilización asistida y que esa ley no sirva para incluir a algunas y
excluir a otras, como dos mujeres o una mujer soltera. También está la
experiencia de la comaternidad y salirse de la idea de la familia
homoparental. O de las mujeres indígenas, que tienen saberes que les
transmiten sus madres y que son muy valiosos en sus comunidades. El
título del libro, Madre no hay una sola, se refiere a que hay diferentes
maneras de ser madre que están influidas por la etnia, la clase, la
edad o el deseo sexual.
El feminismo no termina de darles lugar a las peleas por los derechos de la maternidad, pero el “deber ser” de la buena madre sigue siendo un imperativo social que genera culpa, mandatos y deberes en las mujeres.
–La idea es cuestionar qué es ser una buena o mala madre. Las
mujeres con VIH que están embarazadas o quieren embarazarse o las que
están encarceladas o las que dan a sus hijos en adopción. ¿Por qué se
puede juzgar quién puede o no ser madre?
El ex candidato a gobernador de Santa Fe, Miguel Del Sel, dijo que muchas mujeres tenían hijos para cobrar la Asignación Universal por Hijo.
–También se generó debate cuando se extendió la Asignación Universal
por Hijo al embarazo a partir del tercer mes, pero hay que luchar por
la despenalización del aborto con otros argumentos, no negando un
derecho. Las que estamos a favor de la legalización del aborto somos pro
vida. Por eso, defender los derechos de las madres embarazadas y de
partos sin violencia obstétrica es defender los derechos de las mujeres.
Muchas veces se objeta la maternidad adolescente o de familias numerosas como la consecuencia de otros proyectos de vida. ¿Es una mirada cultural desde la clase media?
–Yo creo que sí. Se dice “no tienen nada que hacer, entonces tienen
hijos”. O el chiste de “no tienen televisión”. Ahora ya no pueden decir
eso y argumentan “como no tienen otro futuro, tienen hijos”.
A su vez, en ciertos sectores, se revaloriza la maternidad, parir, dar la teta, estar presente, pero esto también puede generar nuevas presiones...
–En sectores medios, la madre moderna tiene que saber compatibilizar
su nuevo rol en la sociedad y encima el psicoanálisis le adosó la
felicidad de sus hijos. En los setenta, la maternidad estuvo cruzada por
la política. Ahora se habla de una madre ecológica, que vuelve a lavar
los pañales y tiene que estar con la teta siempre dispuesta para poder
amamantar a demanda. Lo importante es que los modelos no sean impuestos
sino elegidos y sentir que hay diversas maternidades y no una sola
manera de ser madre.
Maternidades diversas
En el libro Madre no hay una sola, Karina Felitti recorre la
historia de la maternidad y la política en el siglo XX; Gabriela
Irrazábal analiza la construcción científico-religiosa del hijo
prenatal; Lucía Ariza echa luz sobre el derecho a la cobertura médica en
los tratamientos de infertilidad; Gabriela Bacin y Florencia Gemetro
dan cuenta de las experiencias, autodefiniciones y derechos de la
comaternidad; Patricia Schwarz refleja la sexualidad, la estética y la
dimensión erótica del embarazo; Valeria Fornes define al parto
domiciliario como una experiencia política; Silvia Hirsch y Marcela
Amador Ospina develan la trama de las jóvenes guaraníes del norte
argentino; Ana Domínguez Mon pone de relieve los derechos de la salud de
las embarazadas con VIH-sida en la Argentina de los noventa; Mónica
Tarducci profundiza su trabajo sobre las “buenas” y “malas” madres de la
adopción; Beatriz Kalinsky visibiliza la situación de los hijos del
encierro y la maternidad en las cárceles; Paula Fainsod agudiza su otra
mirada sobre las maternidades adolescentes en contexto de marginalidad
urbana y María Victoria Casilla escribe sobre las miradas maternas de la
paternidad. “Los artículos reunidos en el libro dan cuenta de
maternidades diversas en términos de clase, género, edad, etnicidad,
identidad sexual, educación, religión y profesión. Al reconocer y
valorar estas diferencias abogamos por una definición de maternidad
abierta, flexible, en construcción y en relación con otros/as –propone
Felitti– que pueda desafiar los mandatos sociales que limitan la
libertad femenina y establecen un modelo único de ser mujer y de ser
madre.”
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