Por: Facundo Manes (Director Ineco)
El lunes empiezo” es una frase que se escucha recurrentemente cuando
alguien está por comer algo que le da placer pero sabe que puede
perjudicar su balanceada dieta. Esto, que la mayoría de las veces está
tomado en tono pasajero, representa una posición vital que nos permite
reflexionar sobre dos cuestiones fundamentales: una general, que no es
más (ni menos) que privilegiar la satisfacción inmediata por sobre aquello que trae consecuencias favorables en el largo plazo ; y otro, sobre el tema específico de la problemática de la obesidad en las personas que la sufren y en nuestra sociedad.
La obesidad se ha vuelto sin lugar a dudas un problema de salud pública
cuya magnitud es similar a la de otras grandes epidemias de nuestra
historia. Es por eso que las neurociencias han abordado esta
problemática y la estudian desde distintos planos: la identificación de genes
que pueden influir en la motivación para comer, así como en el
comportamiento alimentario; a nivel molecular se dedica a entender qué señales están alteradas en el cerebro de personas obesas
que estimulan mayor sensación de hambre, menor sensación de saciedad y
menor control de impulsos; a nivel de los tejidos, sobre la relación entre los nervios de los órganos de la digestión y el resto del sistema nervioso ; a nivel neurobiológico, sobre cómo difieren las estructuras cerebrales
en las personas obesas, ya sean dichas diferencias causa o
consecuencia de la obesidad; y a nivel conductual, se busca comprender
los aspectos comportamentales que favorecen conductas de ingestas excesivas.
Existen
varias hipótesis que han cobrado fuerza en los últimos años y que
contribuyen a explicar ciertos aspectos de la obesidad. Una de ellas
tiene que ver con lo que esbozábamos en un comienzo, es decir, con el control de aquellos impulsos que nos llevan a buscar el placer inmediato e ignorar las consecuencias futuras negativas de nuestros actos. En este sentido, la obesidad respondería a una cierta
falla en la capacidad de evaluar este beneficio a largo plazo al evitar
ingestas copiosas aunque nos den un placer instantáneo .
En esto, múltiples estudios han demostrado que está involucrado el centro de recompensa del cerebro
, aquel que se ve activado con todos aquellos actos que nos dan placer.
En todos nosotros la comida moviliza las áreas de recompensa, pero el
resto de las estructuras -y particularmente la corteza prefrontal- nos
ayudan a evaluar los beneficios y perjuicios a largo plazo de esa
satisfacción inicial. En el cerebro de las personas que sufren obesidad
la activación de las áreas del placer enmascararían gran parte de los
procesos más racionales, impidiendo tomar en cuenta el impacto negativo
que vendrá con una ingesta de comida en exceso.
Aunque resulte evidente, debemos recordar a cada paso que es nuestro cerebro el que dicta todas y cada una de nuestras acciones
. Esto nos permitirá entender que lo que muchas veces es visto por la
sociedad -e incluso por algunos profesionales de la salud- como una falta de voluntad del paciente obeso por cambiar , se trata en realidad de un cerebro cuyas conexiones no están siendo modificadas de manera sustanciosa como para generar un cambio de conducta que impacte en el día a día.
La
virtud social está en la comprensión y el acompañamiento de quienes
sufren esta enfermedad que agrede la autoestima, la salud y la calidad
de vida.
También en volver a poner en valor el sentido de las
decisiones del presente ya que de éstas depende el futuro verdadero, no
ese lunes mítico que sólo sirve para justificar las malas decisiones.
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